sábado, 22 de febrero de 2014

¿Quién soy?

¿Quién soy?

La antropología cristiana actual acoge, en muchos aspectos, los planteamientos del existencialismo y el personalismo contemporáneos. En efecto, los cristianos y las cristianas consideran que el ser humano no nace hecho, acabado, sino que es un proyecto que debe realizarse a lo largo de su existencia mediante relaciones adecuadas con el Creador, con las demás personas, con la naturaleza y consigo mismo o misma. Por ello, muchos afirman que el hombre y la mujer son seres en relación, que en la medida en que se van descubriendo a sí mismos y mismas y van tomando conciencia de que a su alrededor existen otras personas y cosas con las que debe relacionarse, se realiza como persona, es decir, cumple el papel para el cual vino al mundo. Igualmente, en la actualidad se dice que el ser humano es responsable de esculpir su propia persona tal como lo hace un artista: su misión en el mundo consiste en hacerse la mejor persona posible, esto se alcanza sólo cuando realiza de manera adecuada sus relaciones.

Pero los cristianos y las cristianas también se hacen interrogantes sobre las cuestiones más fundamentales de la vida. La Iglesia recoge esos planeamientos y los describe de la siguiente manera:

En realidad, de verdad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del ser humano. Experimenta múltiples limitaciones, se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que quería llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad. Son muchísimos los que tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara percepción de este dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Muchos piensan hallar su descanso en una interpretación de la realidad propuesta de múltiples maneras. Otros esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad, y abrigan el convencimiento de que el futuro reino del ser humano sobre la Tierra saciará plenamente sus deseos. Y no faltan, por otra parte, quienes desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la insolencia de quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo. Sin embargo, ante la actual evolución del mundo son cada día más numerosos quienes se plantean o acometen con nueva penetración das cuestiones  más fundamentales: ¿Qué  es el ser humano? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el ser humano a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?”
Gadium Et Spes, No.10.


En la carta Apostólica del Papa Juan Pablo II con ocasión del Año de la Internacionalidad de la Juventud en 1995, dirigida a los jóvenes del mundo, el Pontífice comenta el encuentro de un joven con Cristo narrado por los Evangelistas Mc 10: 17-22; Mt 19: 16-22 y Lc 18: 18-23. Esta carta será de especial inspiración para el tema de este grado 10. En ella el Papa dice que el joven preguntaba a Cristo, en la frase: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?”,  en realidad están contenidas varias preguntas que tienen que ver con el proyecto de toda la vida. Dice el documento:

“… ¿Qué he de hacer? ¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? ¿Qué he de hacer para que mi vida tenga pleno valor y sentido?

La juventud de cada uno de vosotros, queridos amigos, es una riqueza que se manifiesta precisamente en estas preguntas. El hombre se las pone a lo largo de toda su vida. Sin embargo, durante la juventud ellas se imponen de un modo particularmente intenso, incluso insistente. Y es bueno que suceda así. Porque esas preguntas prueban la dinámica del desarrollo de la personalidad humana, que es propia de vuestra edad. Estas preguntas os las ponéis a veces de manera impaciente, y a la vez vosotros mismos comprendéis que la respuesta a ella no puede ser apresurada ni superficial. Ha de tener un peso específico y definitivo. Se trata de una respuesta que se refiere a toda la vida, que abarca el conjunto de la existencia humana.

De manera particular, estas preguntas esenciales se las ponen vuestros coetáneos, cuya vida está marcada, ya desde la juventud, por el sufrimiento: por alguna carencia física, por alguna deficiencia, por algún “hándicap” o limitación, por la difícil situación familiar o social. Si a pesar de ello su conciencia se desarrolla normalmente, la pregunta por el sentido y el valor de la vida se convierte en algo esencial y a la vez particularmente dramático, porque desde el principio está marcada por el dolor de la existencia. ¡Cuántos de estos jóvenes se encuentran en medio de la gran multitud de jóvenes del mundo entero!; ¡Cuantos son en las diversas naciones, sociedades y en cada familia! ¡Cuantos se ven obligados a vivir desde la juventud en un establecimiento u hospital, condenados a una cierta pasividad que puede suscitar en ellos sentimientos de ser inútiles a la humanidad!” (No.3)

“… la pregunta sobre el valor, la pregunta sobre el sentido de la vida –lo hemos dicho- forma parte de la riqueza particular de la juventud. Brota de lo más profundo de las riquezas y de las inquietudes, que van unidas al proyecto de vida que se debe asumir y realizar. Más todavía cuando la juventud es probada por el sufrimiento personal o es profundamente consciente del sufrimiento ajeno, cuando experimenta una fuerte sacudida ante las diversas formas de mal que existen en el mundo, y finalmente, cuando se pone frente al misterio del pecado, de la iniquidad humana” (No.4).

Tomado de Proyecto de vida 10. TOBÓN TAMAYO, Raúl. Ed. CONACED. págs 11 a 12



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